Después de lo vivido en Montserrat, viajamos a Barcelona. Si en la mañana tuvimos una profunda y entrañable experiencia, el resto del día fue otra bendición.
Al llegar a Ganduxer, a la Casa Madre, comenzamos a escuchar música de Compañía que nos recibía según entrábamos por el precioso jardín. Y al son de la música, fueron apareciendo un buen grupo de hermanas que viven en Barcelona para darnos la bienvenida. ¡Qué alegría! Reencuentros de hermanas que se conocían y no habían vuelto a coincidir, saludos y presentaciones, abrazos de hermanas a hermanas. ¡Cuánto disfrutamos cada saludo, cada sonrisa, cada palabra!
Y a la alegría de encontrarnos, se unía la belleza y el sabor del edificio de Gaudí y la presencia de Enrique de Ossó. Tras los saludos compartimos con las hermanas una deliciosa comida en la que saboreamos, además de los alimentos, el cariño y los detalles de todo cuanto nos habían preparado para acogernos y hacernos sentir en casa. Aunque no había mucho tiempo, sí el suficiente para recorrer parte del edificio, y volver a gustar la belleza y la simbología de la obra maestra de Gaudí que supo captar y plasmar, ladrillo a ladrillo, la alegoría del castillo de las Moradas de Santa Teresa de Jesús.
Tras despedirnos de las hermanas nos dirigimos a visitar la Sagrada Familia de Gaudí. Allí nos unimos a infinidad de personas que de todos los rincones del mundo se maravillan ante tanta belleza.
Montserrat, Ganduxer, la Sagrada Familia… Tres lugares que llevamos con nosotras en este Capítulo. Tres lugares que llevan escrito el nombre de las hermanas y de otros muchos que contribuyeron a que el día fuese maravilloso, lo necesario para seguir con fuerza e ilusión lo que queda de Capítulo. Gracias.