PALABRAS DE APERTURA DEL XVIII CAPITULO GENERAL DE LA COMPAÑÍA DE SANTA TERESA DE JESÚS
Tortosa, 4 de septiembre – 2023
Queridas hermanas: Bienvenidas a esta Casa, la casa del Padre, solemos decir, donde se respira su presencia y reposan sus restos; donde se esconde tanta historia vivida en la Compañía y tantas historias de hermanas que han pasado por aquí. Hoy nos acoge a todas para celebrar el XVIII Capítulo general, y será testigo, una vez más, del camino que el Espíritu sigue inspirando y moviendo en el corazón de las teresianas.
Agradecemos todo el esfuerzo y la preparación que ha supuesto la celebración de este evento, tanto para la comunidad de la casa como para la Provincia Teresiana de Europa. Sabemos que han sido unos meses de mucho trabajo y desvelos para acogernos y poder disfrutar de unas condiciones que sin duda serán de mucha ayuda para el desarrollo del Capítulo.
Es significativo que iniciemos nuestro Capítulo al mismo tiempo que la Iglesia se dispone a celebrar una fase importante del Sínodo de la sinodalidad. El camino sinodal que hemos vivido en la Iglesia ha confirmado y acompañado nuestro proceso capitular y, seguramente, nos ha dispuesto para vivir de forma renovada un Capítulo general. En esta convocación, que representa a toda la Compañía (Const. art. 116), estamos invitadas a vivir una auténtica experiencia sinodal: caminar juntas en comunión, discernir juntas en corresponsabilidad y participar comprometidamente en la creación de un futuro lleno de esperanza, haciéndonos cargo del amor que humaniza el mundo y las relaciones.
Pero no cabe duda de que este camino lo hacemos en medio de realidades y situaciones que nos hablan de que la tempestad azota objetivamente la barca de la Iglesia y del mundo, y, como no, también de nuestras congregaciones. Como muchas de vosotras estáis viviendo o habéis expresado como realidades que os afectan más de cerca, no nos faltan injusticias ante las que nos sentimos impotentes, escándalos que decepcionan o confunden, catástrofes que desmoralizan, rasgos deshumanizantes que descubrimos a gran escala o en la vida cotidiana, pereza o desinterés para alcanzar pactos globales o locales -en el mundo educativo, social, político económico- que persigan el bien común, etc. y todo ello pone muchas veces a prueba la fe y la confianza, también la alegría y la audacia que necesitamos para sentirnos vivas y capaces de respuestas nuevas y creativas.
Los fuertes cambios que se van dando a todos los niveles, junto a la sensación de pequeñez, incertidumbre y vulnerabilidad, hacen que hoy la Vida Religiosa se perciba muchas veces haciendo camino por un desierto, sin sendas claras, sin direcciones predeterminadas, sin posibilidad de marcha atrás, sólo con la certeza íntima de que debe avanzar y seguir buscando apoyada en la Palabra del Señor que es eternamente estable: “Yo pondré un camino en el desierto y ríos en la estepa” (Is 43, 16-19).
A lo largo del proceso capitular hemos reconocido que no basta aceptar nuestra vulnerabilidad, sino que es preciso abrazar la sabiduría que se esconde en ella. Hoy, este abrazo puede significar para todas nosotras descubrir y cuidar las semillas de esperanza que hay en toda la realidad, aunque su crecimiento sólo dependa de Dios; abrazar con fe nuestra vulnerabilidad puede conducirnos a arriesgar nuestro futuro por el bien del mundo y su futuro, y aceptar que los cambios no llegan por imposición o por sentirnos fuertes. La novedad de vida que tanto anhelamos se alcanza abrazando, perdonando, cooperando y creando vínculos que incluyen a todos/as.
Hermanas, todas coincidimos en valorar y agradecer el tesoro de la espiritualidad y el carisma teresiano de Enrique de Ossó y si entramos en el corazón de Teresa y de Enrique sabemos por experiencia que el gran secreto que acompañó sus vidas al servicio de Dios y de su Iglesia fue la confianza y el amor, o dicho de otra manera, su secreto fue vivir el modo de ser de Jesús en el mundo, renunciando a una posición de poder e influencia para cambiarlo, y abriéndose una y otra vez a la novedad del Padre, que hace surgir nueva vida de las cenizas, los escombros y la muerte.
El Señor ESTÁ PRESENTE en todo lo que estamos viviendo hoy, aunque nos duela o nos confunda, y nada puede detener su ardiente deseo de encontrarnos, ni la noche, ni la tormenta, ni siquiera nuestra falta de fe. Su NOVEDAD y su PROMESA están ahí, la pregunta que nos hemos de hacer es: ¿cómo dar espacio a lo nuevo que Tú quieres mostrarnos ahora? ¿A través de qué nuevos lenguajes intenta el Señor sacarnos del miedo para afrontar con esperanza, decisión y creatividad nuestro presente? La valentía no es la ausencia de miedo, sino la voluntad de actuar para afrontarlo. ¿Qué acciones se nos piden para vivir sabiamente y caminar sinodalmente en un mundo interconectado, emergente, recreado amorosamente por Dios?
Nuestras instituciones necesitan cambios estructurales y organizativos siempre, pero sobre todo necesitamos recorrer ese camino interior de apertura y conversión a nuevas y diferentes relaciones, buscar, junto a otros, nuevos lugares o modos de vivir la misión y nuevos vínculos y colaboraciones para ofrecer un servicio mejor a nuestros hermanos/as en un mundo que está en continuo cambio y reclama nuevas presencias educativas, comunidades que nutran la esperanza humana, focos de una espiritualidad que permea y abarca la vida entera y la humaniza.
Es responsabilidad nuestra, hermanas teresianas del mundo entero, permitir que la gracia actúe en nosotras y en nuestras comunidades para que nuestros carismas sigan ofreciendo su inmensa riqueza a través de nosotras y más allá de nuestra mediación. Somos una gran Familia carismática y necesitamos despertar y dilatar nuestra conciencia personal y colectiva, para que en nuestros espacios comunitarios y de misión quepan todos, y nos sintamos compañeras en la diversidad de fronteras que hoy existen, amigas y tejedoras de lazos con hombres y mujeres de diferentes culturas y credos; mujeres reconciliadas con su verdad, animosas y resilientes, comprometidas en crear modos de estar y de vivir donde se descubren y potencian los dones de las personas y donde fluye todo lo bueno de la existencia humana.
Estos deseos que Dios ha puesto en nosotras nos han ido llevando a intuir y concretar cada vez más la llamada a recorrer ese camino de conversión hacia una nueva identidad comunitaria. Y POR ESO ESTAMOS AQUÍ HOY…
Estamos aquí, hermanas, para asumir como Compañía la responsabilidad que nace del amor. Un amor grande a este mundo del que formamos parte y un amor grande a la Iglesia y a la Compañía tal como es y tal como está. El discernimiento siempre es amor que busca y mueve nuestra libertad hacia ese modo de ver, sentir, pensar y actuar de Dios, que ama y se conmueve ante toda la realidad humana. No podemos imaginar estos días de discernimiento en común sin una apertura cordial y sincera al mundo, a sus búsquedas, luchas y credos, rastreando lo oculto de Dios en ellas.
Estamos aquí para discernir qué hacer ante esa realidad, cómo situarnos en ella, qué modos y pasos posibles podemos dar en comunión y cooperación con muchos otros/as. No deseamos dejar las cosas como están, tampoco soñamos con resultados inmediatos ni con cambios que no están en nuestras manos, pero sí queremos introducir algo de novedad y cambio en la vida de la Compañía en fidelidad al Espíritu que siempre nos conduce más allá de donde estamos.
Estamos aquí porque creemos que es posible vivir este tiempo en sinodalidad, es decir, en proceso de conexión, de escucha y discernimiento, donde todas somos invitadas a hablar con valentía de nuestra verdad, la que traemos desde los diferentes lugares y contextos. Porque creemos que es en la diversidad de voces donde se hace sentir el Espíritu y en el conjunto de todas ellas donde es necesario captar lo que Dios nos quiere comunicar a toda la Compañía hoy. Necesitamos entrenarnos en esa libertad interior que nos lleva a ampliar la mirada desde lo local a lo global, sin atarnos a lo propio, con el fin de hacernos cargo juntas de la llamada o invitación que Dios nos hace.
Todas somos corresponsables en esta escucha y en ir tomando decisiones maduras que se puedan concretar en la diversidad de contextos y países donde estamos. Igualmente nos sentimos también comprometidas en la búsqueda y elección del nuevo Equipo que asumirá el liderazgo que la Compañía necesita en este momento de su historia para llevar adelante, en camino de sinodalidad, las decisiones que tomaremos entre todas.
Más de una tercera parte del grupo asiste por primera vez a un Capítulo general y esto aporta, sin duda, novedad, frescura y cambios en la mirada y en los modos de proceder. En realidad, todas deberíamos situarnos como discípulas y aprendices, vinculadas por el amor y el sentido de pertenencia a esta Familia, la Compañía de Santa Teresa de Jesús.
Termino subrayando que la finalidad del proceso capitular no es producir documentos o planificar el futuro, sino abrir horizontes de esperanza para encarnar hoy, con amor y audacia, la misión que Dios nos sigue confiando. Comencé mi servicio de gobierno con unas palabras de la Santa que repito hoy con la misma fuerza: “…sólo el amor nos hará apresurar los pasos; el temor de Dios nos hará ir mirando adónde ponemos los pies, para no caer por camino adonde hay tanto en que tropezar” (CP 40,1). Os animo a comenzar este nuevo periodo de la historia de la Compañía así y agradezco de todo corazón el gran bien que he recibido de todas vosotras, hermanas de la Compañía, en este servicio que me ha enseñado a confiar, a amar y esperar, a agradecer cada día el milagro de la vida que va surgiendo sin que sepamos bien cómo. Quiero seguir siendo para cada una, vuestra hermana, amiga y compañera. GRACIAS, HERMANAS.
Asunción Codes Jiménez, stj